Categoría: Lugares

Las fuerzas aéreas fantasma de Ucrania

Tras la disolución de la Unión Soviética, todos sus activos militares quedaron repartidos entre los estados surgidos de las antiguas repúblicas.

En el caso de las fuerzas aéreas, Ucrania fue el segundo mayor receptor de efectivos después de Rusia. Pero posteriormente, a raíz de dificultades económicas, muchas instalaciones y aparatos fueron desmantelados o directamente abandonados.

Uno de los centros que cayeron en el olvido fue la base aérea de Zaporizhia, dónde, aún hoy, todo un ejército del aire sigue esperando en formación.

Si vienes siguiendo Soviet Russia, recordarás la visita que hicimos a un antiguo aeródromo soviético en Siberia. Entonces tuvimos ocasión de ver como una decena de reactores L-29 y algunos aparatos más siguen levantando el vuelo, gracias a un grupo de aficionados que rescataron las instalaciones.

Pues bien, ese aeródromo siberiano se queda en nada al lado de la base de Zaporizhia. Mientras que en el aeródromo las instalaciones se limitaban a un par de hangares y los aparatos a esa decena de reactores y un puñado de avionetas y helicópteros civiles; en Zaporizhia las instalaciones son todo un complejo de edificios y hay una flota militar de más de medio centenar de reactores, una veintena de helicópteros Mi-2, una decena de biplanos An-2, un par de An-24 y un enorme Mi-8. Además, también encontramos todo tipo de vehículos pesados como camiones de mantenimiento, radares móviles, torretas de control (como las que vimos en Maryanovka), etc.

Como comentábamos al principio, tras la caída de la URSS Ucrania se quedó con buena parte de los efectivos de las fuerzas aéreas soviéticas, ya que éstas se encontraban desplegadas principalmente en la parte occidental del país (sobre todo en Ucrania y Bielorrusia).

A causa del coste económico que tenía para la frágil economía ucraniana mantener semejante número de bases y aparatos, se inició un notable proceso de reducción y optimización de efectivos. Las más destacadas víctimas de este proceso fueron los bombarderos estratégicos Tu-160, Tu-22M y Tu-95, que fueron o vendidos a Rusia a cambio de la condonación de deudas energéticas o destruidos en cumplimiento de la renuncia de Ucrania a mantener misiles intercontinentales y armas nucleares en su arsenal.

Una de las víctimas de este recorte presupuestario fue la base aérea de Zaporizhia (sexta ciudad del país), que en la época soviética había sido dedicada principalmente a la formación de pilotos.

Al ser borrada de los planes del ejército ucraniano, la base quedó desierta. Los edificios sin vida fueron degradándose poco a poco (llegándose incluso a derrumbar) y la vegetación empezó a adueñarse del lugar.

En las dos pistas del complejo se dejó de escuchar el rugir de los reactores y el batir de las hélices. Pero no por ausencia de aparatos: en sus laterales, en perfecto estado de revista, quedaron alineados decenas de aviones y helicópteros, como si esperaran que un nuevo día tuviese que empezar en la base.

Pero el tiempo no pasa en balde para nadie y, poco a poco, los aviones empezaron a notar los efectos de la corrosión y demás rigores meteorológicos:

Ninguno de los antaño flamantes reactores está ya en condiciones de volar:

Los helicópteros, huérfanos de sus aspas, no pueden hacer más que apoyarse entre si:

Y los camiones y otros vehículos que antes hacían posible el vuelo de las estrellas rojas, yacen sin futuro alguno:

Pero al atardecer, si uno cierra un poco los ojos y deja volar la imaginación, es posible soñar que los viejos tiempos han vuelto al aeródromo…

El mundo desde los ojos de un cosmonauta

Desde la primera ensaladilla rusa de enlaces, por la cuenta de twitter de Soviet Russia han pasado suficientes enlaces interesantes como para preparar una segunda edición. Pero, mientras llega el momento, hay contenidos que son merecedores de su propia entrada.

Uno de estos casos es la espléndida galería fotográfica que el cosmonauta ruso nº 100, Oleg Kotov, ha ido actualizando mientras estaba en órbita a bordo de la Estación Espacial Internacional (justo regresó a la Tierra el pasado miércoles 2 de Junio). Esta galería de fotos ha sido la segunda ocasión en que un cosmonauta ruso ha compartido sus experiencias estando en órbita, tras el simpático blog que Maxim Suráev actualizó durante sus seis meses en la ISS (que también podéis leer en inglés).

Entre las fotos de Kotov encontramos tanto vistas de la Tierra, como imágenes de la vida a bordo de la ISS. Entre las primeras destacaría varias imágenes de auroras, puestas de sol y zonas como Mallorca o los Emiratos Árabes. Entre las segundas, los paseos espaciales o una de Suráev con “sus amigos”.

Con dos submarinos nucleares a cuesta

Una de las herencias más peligrosas y desconocidas de la Guerra Fría son los centenares de submarinos nucleares soviéticos que quedaron abandonados a su suerte en remotas bahías del Ártico. Ante el peligro medioambiental que suponen en un ecosistema tan frágil, en 2002, los países del G8 decidieron tomar medidas para evacuar estos enormes fósiles radiactivos y desguazarlos de forma segura.

Este ambicioso proyecto, que hasta la fecha ya ha recuperado más de 200 naves, nos permite disfrutar de imágenes tan espectaculares como las que dejó la evacuación simultánea de dos submarinos de la clase Víctor III que estaban fondeados en la Península de Kamchatka.

En verano de 2009, la compañía holandesa Dockwise, especializada en transportes marítimos especiales, recibió un encargo sin precedentes: reflotar y transportar simultáneamente dos enormes submarinos nucleares de ataque de la clase Víctor III (nº 282 y nº 300) de la Flota del Pacífico, que llevaban años varados en una base de Kamchatka.

Para llevar a cabo esta colosal operación de ingeniería, encargada por el Departamento de Asuntos Exteriores canadiense y la Armada de Rusia, Dockwise optó por utilizar el Transshelf, uno de los 20 buques semi-sumergibles que opera la compañía. Este navío cuenta con 173 metros de eslora, una cubierta de carga de 5.100 m² y una capacidad de desplazamiento de 46.379 toneladas.

A las dificultades técnicas que conlleva manipular y transportar en alta mar una carga de tan especiales características (cada uno de esos submarinos tiene un longitud de 106 metros y pesa más de 6.200 toneladas), se le vio añadida la necesidad de tomar estrictas medidas de seguridad para evitar cualquier tipo de radiación.

El 29 de Junio, el Transshelf llegó a la bahía de Avacha (Авачинская бухта), cerca de la ciudad de Petropávlosk (Петропавловск), para iniciar todos los preparativos previos al reflote de los submarinos; como la colocación de travesaños de madera y la soldadura de grandes soportes metálicos para mantener estables los submarinos sobre la cubierta del buque.

El 30 de Junio se inició la operación de remolcado y reflote de los submarinos, con la ayuda de varios remolcadores de la Armada Rusa:

Con la cubierta del Transshelf ya sumergida, ambos submarinos fueron poco a poco ubicados en posición con la ayuda de los ya mencionados remolcadores, varias grúas y un entramado de sogas y sujeciones:

Una vez situados los submarinos, la cubierta del Transshelf fue emergiendo lentamente; operación que se prolongó durante más de 12 horas:

Finalmente, antes de iniciar la travesía de 1.350 millas náuticas hasta los astilleros militares Zvezda (Звезда), situados en la ciudad de acceso cerrado (por su base naval) Bolshoy Kamen (Большой камень), la tripulación del Transshelf trabajó durante 5 días en la instalación de todas las sujeciones metálicas necesarias para mantener ambos submarinos estables:

Tras una travesía de 7 días, el Transshelf llegó a puerto el 12 de Julio de 2009 y liberó su carga tras sumergir de nuevo su cubierta a 22 metros de profundidad.

Entre todas las fuentes consultadas, debo destacar el artículo que la compañía Dockwise dedicó a la operación y esta galería de fotos de en Picasa.

Los chatarreros de cohetes

Siempre que se habla de chatarra espacial suele hacerse referencia a la ingente cantidad de restos de cohetes y satélites que orbitan la Tierra. Pero esta no es, ni mucho menos, toda la basura espacial que se produce. Al margen de los componentes que llegan a entrar en órbita, el lanzamiento de cualquier cohete genera residuos a medida que se van cumpliendo sus primeras etapas, que se precipitan hacia la superficie terrestre una vez consumidas.

En su mayoría, las plataformas de lanzamiento se encuentran cerca del mar y hacia él dirigen la trayectoria de sus cohetes, minimizando así el riesgo de impacto de fragmentos. Pero en el caso de Baikonur y los demás cosmódromos utilizados por la Agencia Espacial Rusa, esto no es posible debido a su ubicación tierra adentro; hecho que da pie a un mayor riesgo de accidentes y, sobre todo, a un negocio de chatarrería para todos aquellos que se lanzan a la caza de los restos que quedan esparcidos en extensas áreas de territorio.

Desde que el 4 de Octubre de 1957 entrara en órbita el primer satélite artificial fabricado por el hombre, miles de restos de todas formas y tamaños (desde tornillos a guantes de astronauta, pasando por todo tipo de objetos) se han ido acumulando alrededor de nuestro planeta, viniendo a formar la conocida como basura espacial (según las últimas estimaciones de la NASA, estaría formada por unos 19.000 objetos de más de 10 cm. y más de 500.000 de entre 1 y 10 cm., con un peso total de unas 5.500 toneladas).

Pero incluso antes de que fuera lanzado el Sputnik 1, la superficie terrestre se convirtió en vertedero de otra basura espacial: la proveniente de misiles, prototipos y otros precursores de los cohetes modernos. Posteriormente, a esta chatarra se añadirían los ya mencionados restos de los cohetes multietapa, que desprenden componentes (básicamente tanques de combustible y motores) antes de dejar su carga útil en órbita.

Si echamos un vistazo al listado de bases espaciales históricamente más activas, podremos comprobar como la mayoría de ellas se encuentran en la costa y proyectan sus lanzamientos hacia el mar. Así es el caso, por ejemplo, de las principales plataformas de lanzamiento operadas por la NASA o el Centro Espacial de la Guayana Francesa, operado por la ESA.

La más significativa excepción a esta ubicación costera la constituyen el grueso de cosmódromos operados por la Agencia Espacial Rusa y la Administración Espacial Nacional China, situados en el interior de Rusia, Kazajstán y China. Esta ubicación provoca que los restos provenientes de las primera etapas ya gastadas de los cohetes caigan sobre tierra firme, con un doble inconveniente: un cierto riesgo de accidente y el esparcimiento de chatarra (en ocasiones tóxica) sobre grandes regiones.

En el caso de China, el número significativamente inferior de lanzamientos que hasta la fecha ha realizado (menos de 100, respecto a los más de 2.000 de la antigua URSS y Rusia) hace que el problema derivado de la chatarra especial no sea tan grave, pero sí que se han llegado a registrar dos accidentes (en 1995 y 1996) que costaron la vida a población civil (entre 62 y 500 personas según las fuentes, ver vídeo); eso sí, no por el desprendimiento normal de etapas gastadas, sino por el impacto directo de cohetes tras lanzamientos fallidos.

En el caso de Rusia y la antigua Unión Soviética, a lo largo de la historia de su programa espacial también se han registrado varios accidentes graves que costaron la vida a cerca de 200 personas (entre cosmonautas y personal de tierra), pero nunca por impacto directo sobre núcleos habitados. El más destacable de estos accidentes fue el conocido como la catástrofe de Nedelin, ocurrida el 26 de Octubre de 1960 en Baikonur. Por suerte, hasta el día de hoy, los fragmentos caídos tras el desprendimiento de etapas de cohetes no han causado más incidentes que algún susto y daños materiales en alguna ocasión, ya que las áreas que se encuentran bajo el acimut de las distintas trayectorias de lanzamiento no son demasiado densamente pobladas.

De todos los cosmódromos utilizados por la URSS y Rusia, los más activos y que por tanto han acumulado una mayor cantidad de chatarra alrededor suyo han sido los de Plesetsk y, como no, Baikonur (ver mapa interactivo de los centros del programa espacial ruso).

En los inicios del programa espacial soviético, las autoridades velaban por la recuperación de todos los fragmentos que pudieran quedar en tierra tras cada lanzamiento, pero, a medida que su número se fue viendo incrementado y el secretismo de la Guerra Fría relajado, el personal dedicado a tareas de limpieza fue asignado a otras funciones; dejando así esparcido un número de residuos cada vez mayor.

Esta situación, junto a la precariedad económica de las zonas rurales afectadas por la caída de componentes de cohetes, provocó la aparición de todo un fenómeno: improvisadas brigadas de chatarreros, formadas por habitantes de estas regiones, empezaron a lanzarse a la caza de todos los materiales que pudieran aprovechar; siendo los más preciados metales como aleaciones de titanio y el aluminio.

La recuperación de chatarra y otros materiales de los fragmentos desprendidos tras cualquier lanzamiento es más sencilla en las zonas de la yerma y llana estepa kazaja, donde cae la primera etapa de todos los cohetes lanzadores rusos con origen en Baikonur. En cambio, puede convertirse en todo un reto en zonas boscosas de taiga, como las que reciben los restos de los cohetes lanzados desde Plesetsk o las segundas etapas de los lanzados desde Baikonur.

A inicios de los años 90, coincidiendo con la caída de la URSS, las autoridades de Kazajtán alzaron la voz de alarma molestas por la presencia de estos restos incontrolados y los riesgos medioambientales que podrían acarrear. En respuesta a estas demandas, Rusia llevó a cabo varias batidas de limpieza.

Con el paso del tiempo, las autoridades rusas han ido tomando conciencia de todos los problemas que suponen estos restos y se han emprendido medidas para evacuarlos. En los últimos años las partidas presupuestarias con este fin han ido siendo aumentadas progresivamente y se han contratado los servicios de empresas que se encargan de llevar a cabo labores de limpieza incluso en los lugares de más difícil acceso.

A grandes problemas… bombas atómicas

Viendo como pasan los días y la marea negra del golfo de México no hace más que crecer, sin que nadie sepa como detener el flujo de crudo que emana desde las profundidades, me he acordado de la solución soviética apuntada hace unos días en la prensa rusa: detonar una bomba atómica.

Aunque pueda parecer una salvajada, la URSS utilizó en 5 ocasiones este método para acabar con fugas de hidrocarburos que no había sido posible detener mediante métodos convencionales.

Pero esta no fue la única aplicación sui géneris que la Unión Soviética dio a la energía nuclear. Desde 1965 se llevaron a cabo en su territorio otras 119 explosiones nucleares con fines pacíficos tan variados como la minería, la prospección de nuevos yacimientos petrolíferos o la creación de presas y canales.

Ensayo nuclear en el Atolón de Mururoa, Polinesia Francesa    

Paralelamente a la carrera armamentística iniciada por las dos superpotencias de la Guerra Fría tras el desarrollo de la bomba atómica (Estados Unidos en 1945 y la Unión Soviética en 1949), ambos países iniciaron programas para utilizar explosiones nucleares con fines más pacíficos. Los Estados Unidos fueron los primeros en trabajar en esa dirección, iniciando el programa conocido como “Operación Plowshare” en 1961, seguidos por la URSS en 1965 con el que ha venido a llamarse programa de “Explosiones Nucleares para el desarrollo de la Economía Nacional”.

A diferencia del campo militar, en el que ambas potencias mantuvieron un intenso ritmo de trabajo para refinar las aplicaciones más malévolas de la energía atómica, en el campo civil la cosa fue bien distinta: mientras que el programa estadounidense acabaría limitándose a 27 explosiones de carácter casi exclusivamente experimental, el programa soviético sería mucho más ambicioso, llegando a realizar 124 explosiones hasta el año 1988, siendo la gran mayoría de ellas de carácter práctico y llevadas a cabo fuera de los polígonos dedicados a acoger pruebas nucleares.

Primera explosión del programa nuclear civil soviético en Chagan, Kazajstán, en 1965 

La totalidad de estas 124 explosiones nucleares fueron subterráneas y supusieron aproximadamente el 22% del total de pruebas nucleares realizadas por la Unión Soviética.

En el siguiente mapa, podemos ver una distribución esquemática por regiones de las pruebas nucleares llevadas a cabo por la URSS con fines civiles:

Mapa de las explosiones nucleares de la URSS con fines civiles

Como ya he comentado anteriormente, los objetivos de estas explosiones fueron bien variados:

  • – Prospección de nuevos yacimientos de hidrocarburos.
  • – Intensificar la producción de gas y petróleo de explotaciones ya activas.
  • – Apertura o ampliación de minas para la extracción de carbón y metales.
  • – Creación de presas y canales para el almacenamiento y conducción de agua.
  • – Creación de depósitos subterráneos para el almacenamiento de gas o residuos tóxicos.
  • – Extinción de fugas de hidrocarburos.
  • – Entre otros.

En el caso de la extinción de fugas de hidrocarburos, la primera y quizás más espectacular explosión fue la llevada a cabo el 30 de Septiembre de 1966 en el pozo de extracción de gas de “Urta-Bulak” (Урта-Булак), situado en la provincia de “Bujaro-Jivinskoy” (Бухаро-Хивинской), que concentra el 72% de las reservas de gas de Uzbekistán.

A raíz de un accidente ocurrido en 1963, en dicho pozo se originó una gran fuga de gas que emanaba a gran presión llegando a 70 metros de altura. Para evitar contaminar toda la región con los gases emanados, se decidió prender fuego al escape. Pero, desgraciadamente, no hubo forma de apagar la colosal llamarada provocada.

Después de que el incendio se prolongara durante 1.064 días de forma interrumpida y de intentarlo extinguir mediante todos los medios imaginables (incluyendo el uso de artillería), se decidió recurrir a una explosión nuclear. Para la operación fue necesario excavar un pozo contiguo de 1.500 metros de profundidad, al fondo del cual fue colocada una bomba atómica de 30 kilotones. Esta medida, aparentemente desesperada, acabaría saldándose con un éxito sin precedentes.

De las 124 explosiones mencionadas, según los datos oficiales sólo se registraron accidentes que provocaron un exceso de radiación no previsto en 3 de ellas. De las 5 bombas utilizadas para acabar con escapes de hidrocarburos, sólo se fracasó en una ocasión, en 1972 en la región de Járkov (Харьковская область), en que no se pudo obturar una “fuente de gas” parecida a la de “Urta-Bulak”.

Esperemos que el vertido que actualmente está asolando el golfo de México pueda ser liquidado con métodos más modernos y sofisticados; pero, de no ser posible, siempre quedará la opción de recurrir a un buen pepinazo.

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